Entre un viento que verifica que el poco abrigo con el que saliste de tu casa te hará sufrir a la nochecita y una cielo gris encapotado, típico de película londinense recibimos la primavera. Estación del año un tanto sobrevaluada por marcas que deciden apropiársela, vendiendo flores de colores, besos sin mariposas y garches que empiezan a sentir la transpiración porque aún no prenden el aire acondicionado.
A mi igual me gusta.
Los balcones empiezan a invitar cervecitas cuando el día ya es de noche y la noche todavía es de día.
Las terrazas se vuelven a poner de moda.
La vestimenta estilo cebolla deja de hacerme llorar y las ojotas se convierten en fieles compañeras de ruta.
Falta menos para mi temporada favorita, además. La gente vuelve a mirar las piletas con cariño. Empiezan a perder el verde del abandono. Las escapadas a la costa recobran el ritmo de carnaval y los asados entre amigos se multiplican como los vinos descorchados.
Se multiplican como este fin de semana.
Viernes de pizzas.
Sábado de bondiola y choris.
Domingo de asado completo, vino, churros con dulce de leche y mates.
Comidas que convierten a tus amigos en hermanos.
Y no te cansas.
Y el domingo a la noche ya los extrañas.
Y la semana se proyecta tan larga, que el lunes gris oscuro pesa más que los elefantes que conociste en Sudáfrica.
Y tu mente hace un repaso por esos lugares del mundo en los que ya estuviste y la lista de los que faltan se hace cada vez más grande.
Estar sentada enfrente de una computadora solo puede aportar para facilitar la entrada a despegar.com (bastante más emocionante que la ventana de carne y hueso).
Ruta.
No me extrañes.
Allá voy >>>>>>>>>>>>>>>>
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@Herme00
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