Salí de la agencia.
No llovía.
El pronóstico había dicho que iba a llover.
Pero no llovía.
Empecé a caminar hacia la estación de tren. Aunque es más poético decirle, la vieja estación de tren. Y un lunes de mierda empezó a escribirse solo en mi cabeza. A cada paso, una tecla de esa máquina de escribir interna y vieja, pero no oxidada, iban deletreando un relato.
Este relato.
Que desde que camino esas cuadras; la del foodtrack abandonado, la del almacén con los hippies que toman cerveza abajo de la lluvia, la de la bicisenda de barrio, la de la feria americana religiosa, la del herrero que tiene su local al lado del vendedor de objetos de otra época, la de las 3 verdulerías en 150 metros, la del vendedor de quesos y salames los viernes; no escribía.
Pero a veces sucede.
Y a veces vuelve a suceder.
Como Javier.
Como Javier un lunes de madrugada.
«Escribir sobre las cosas, me ha permitido soportarlas» escribió un poeta una vez.
Y acá estoy: soportándome.
Herme
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